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Saludos Terrícola.

Bienvenido a mi cabeza. No se espante. Reviví el Blog nuevo para subir mis textos. No son versiones finales , pero de todas maneras quería compartirlos y poder tener algún lugar en Internet donde dejar las cosas que hago.  De alguna forma, aún si no sabré que estás aquí, me hace feliz. Póngase cómodo, disfrute del viaje, y gracias.   Gracias por leerme.  05/11/2019 Qué buena fecha para reaparecer.  Buenos días terrícolas. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí algo aquí, pero me propuse retomarlo porque le hace bien al corazoncito. Agradezco mucho a todos los que se tomaron un momento para ojear mis cuentos y sus los comentarios que me incentivan todos los días a mejorar y pulir mi escritura. La vida de adulto limita mucho el tiempo para dedicarse a los Hobbies, y si soy sincera, cambié el computador y odio este techado para escribir –risas del autor- pero me acostumbraré e intentaré ser más constante. Además de mis cuentos,
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Boy Band

Boy Band Camila Poblete Mery – 29-12-2017 – T112 Se ocultó tras un muro para no ser descubierto y esperó. Tenía la vista fija en sus zapatillas para running color negro, pensaba que, si permanecía con la mirada en el piso, pasaría desapercibido. “Que soy weon”, Susurró, en un murmullo. Quiso pensar que lo consumido antes de llegar, era lo que lo hacía sentir tan perseguido. Rió de la situación y miró hacia el frente, se encontró consigo mismo en el reflejo de un ventanal. Se observó y noto que el pasamontañas que traía enrollado en la cabeza asustaría a la gente de todas maneras, como si no fuera suficiente llevar una chaqueta de cuero negra y unos pantalones gruesos del mismo tono – Raro para ser Febrero – y estar apoyado sobre un muro después de medianoche. Miró a su compañero que imitaba su posición en la esquina opuesta de la calle, pero él no reaccionó. Después de unos segundos, cuando perdió la esperanza de que le devolviera el gesto, giró la vista otra vez hacia s

Casas viejas

Casas Viejas Se sentó en un sillón, exhausta, para observar el jardín. —¿Señora? —preguntó su empleada, mientras se inclinaba para quedar a su altura —¿Puedo ayudarle en algo? — dijo, modulando con cuidado cada palabra. —¿Me puede poner Casas Viejas? —respondió, mientras continuaba con la vista fija hacia el paisaje. Aprendió cuando niña a ver la hora por la posición del sol; le era fácil acertar, después de tantos días junto a su huerto y sus plantas, junto la cocina y las hierbas. Contemplaba el brillo sobre las hojas oscuras de las Ligustrinas durante la tarde y por las mañanas, esperaba el medio día junto a la sombra ausente de las Hortensias. Pensó que ya eran casi las seis, la hora perfecta para escuchar la canción favorita de Fernando. Cantó. Podía recordar las estrofas de esa canción tan bien como los ojos de su marido, como la dirección de la primera casa que compraron después de casarse, el aroma a lavanda de su infancia, el barrio en que creció junto a sus herman

T-10

       T-10  Diez . Nos despidieron como héroes. Vamos a hacer historia. Ciento quince días recluidos en este lugar, ciento quince amaneceres me separan de un nuevo comienzo. Nueve. Amanecer ¿Podré llamarle así mañana?  Algunas palabras perderán sentido, no queda más que acostumbrarse a la idea. Suena de fondo Life on Mars de Bowie, pero en mi mente hay otra melodía. No puedo evitar pensar en Major Tom. Ocho . Sé que hago lo correcto. Jamás encajé en este mundo y nada me ata a él. Soy el único Psicólogo a bordo y la cordura de todos depende de mí. Siete. Seremos los primeros, construiremos el refugio para todos los que vendrán; pero ¿por qué me siento parte de los condenados que marchaban a Siberia para levantar su propia prisión? Seis . Al menos los presos podían respirar con libertad. Quisiera llenar mis pulmones una última vez, sentarme bajo un sauce, andar descalzo sobre la hierba verde. Cinco. Verde, espero no olvidar ese color. La mit

Sábado

Sábado Me acuerdo que era sábado porque en la tele estaba Don Francisco desde las 4. Yo tenía quince, creo, y venía llegando de la cancha, estaba cansado, sucio y atrasado. Todos miraban la tele. Mi papá ya estaba medio curao’, sentado en la cabecera con La Cuarta en la mano y la caja de medio en la mesa. La mamá no dijo nada, pero él me miró enojado; y no hizo falta más para saber  que iba a tener problemas. Mi taza estaba a su derecha. Me senté a su lado, temeroso. Él me ignoró. La rosita tenía diez y ya sabía hacer todas las cosas de la casa; la habían entrenado de chica para ser la mujer de reemplazo si nos faltaba la mamá. Me sorprendía todos los días con su ingenio para arreglárselas sola, preocupada de que no se notara cuál de las dos hacía las cosas, para que no se enojara el papá. En la hora de once, verla era todo un espectáculo: se equilibraba en el brazo la canasta con el pan— añejo y tostado para ablandarlo— y, con la mano del mismo lado, tomaba la tetera hirv